"Si no consigues tu objetivo, busca otro camino para conseguirlo"
Hoy me he puesto a rememorar el día de mi graduación. Y esta entrada ha sido el resultado de toda esa reflexión.
Parece mentira que hayamos llegado a donde estamos hoy en día, algunos consiguieron lo que querían, a otros les costó más, otros lo acaban de conseguir, otros lo dieron por perdido sin ni siquiera intentarlo, otros se sienten orgullosos de lo que son en la actualidad, otros, ¿quién sabe?
Que miedo me daba empezar la universidad y creo que hablo en nombre de todos, cuando digo que una pequeña parte de nuestro corazón deseaba que el primer día de ese curso universitario fuera el primer día de curso de otro año más en el colegio.
Cuántos recuerdos hay en esas cuatro paredes, como aquel que dice, toda nuestra vida. Ese parque de las flores que nunca has sabido por qué se llama así si no había ninguna flor, esas clases con baldosas de piedrecitas que más de uno había contado una a una solo para olvidarse del aburrimiento que suponía estar en una clase de Historia camuflada entre lecciones de moralidad.
Los chicos por un lado y las chicas por otro, o eso decían. Tirones de pelo, zancadillas, robos de plastilina inofensivos, enfados insignificantes que parecían un mundo, al fin y al cabo, amistades. Amistades que quizás no siguen conmigo pero que, ya pasada la tormenta, me acuerdo de todo lo bueno ¿y lo malo? Ya no existe.
Y nos encontramos con Primaria, el curso de los mayores según nosotros, ya no eramos unos "parvulitos huevos fritos", ya hacíamos deberes pero no dejábamos de lado nuestra vena artística con las manualidades. Qué bonito Primaria con esas excursiones a El Escorial, a la Pedriza y sobretodo, esa de la Granja Escuela dónde fuimos a nuestra primera "discoteca" light.
Las chicas por su lado y los chicos, un poco menos por el suyo.
La ESO, al fin. La ESO ya era otro nivel, ya la adolescencia veía un poco los rayos de sol, las hormonas se empezaban a revolucionar y nuestra vena de rebeldes salía a la luz. La cosa ya se ponía seria, ya tenías que coger apuntes y entre risas conseguías seguir el ritmo de la clase. Las matemáticas - mis grandes enemigas - se complicaban, tenías esa asignatura a la que llamabas "Naturales" con que te sentías un científico nato. Empiezan las elecciones, que si optativas, que si ciencias o letras, que si mis amigas se van por un itinerario pero yo quiero otro, que si ese chico me gusta pero "tía, es muy inmaduro". Ese viaje a Doñana, ay bendita Doñana. Habíamos escuchado hablar tanto de ese viaje que prácticamente desde 4º de Primaria sólo vivíamos por y para él.
"- A ver, los cuatro de la esquina. Los dos machotes y las dos féminas, que se callen ya"
No sé cuántas veces habré escuchado esa frase mientras contábamos chistes, hacíamos caricaturas o simplemente discutíamos sobre lo "jodida" que era nuestra vida.
Las chicas por su lado y los chicos, cada vez más cerca de ellas.
Llegó el momento, llegó Bachillerato.
"-Dos años, Almu, dos años y acabamos. Ni eso. Un año y poco más. Podemos"
Con esas palabras de mi mejor amiga de la infancia, entramos en esas clases a las que tanto temíamos, pero eh, eramos de los mayores en el cole. Veíamos a los de la ESO y pensábamos "menos mal que nosotros no teníamos tanto el pavo". Ay inocentes, que os habeis creído que no.
Clases y clases y clases y más clases, la cosa ya se ponía aún más seria. La nota ya era algo importante pero aun así, se intentaba pasarlo bien aunque te hubiera tocado estar sentada en primera fila todo el dichoso curso. Curso que se hizo más ameno gracias a mi compañero de al lado que bueno, terminamos formando una de las mejores amistades que aún en día conservo. Ya los profesores nos ignoraban, estábamos delante suyo y ya desistían para mandarnos callar:
"-Poneos a pintar o hacer cualquier cosa, pero callaos, por Dios y por la Virgen"
Aún tengo esa lista que hicimos con todos los de nuestra clase en la que escribimos rimas, motes, anécdotas e incluso predicciones sobre el futuro. Estar delante implicaba que para hablar con alguien del final de la clase tenías que desarrollar una habilidad especial para entender los gestos de la otra persona y para hacer que los tuyos fuesen lo más disimulados posibles. Y no hablemos de la habilidad que tuviste que desarrollar para reírte hasta llorar pero aguantándote la carcajada, aunque la táctica se iba a la mierda cuando te girabas y veías a tu amiga con la cara hundida en sus manos y mordiendose el dedo para evitar soltar la carcajada más grande de la existencia de la humanidad.
Los recreos que se basaban en sesiones de masaje y en tomar el sol porque había que ponerse morena ya en enero.
Salimos vivos de ese curso.
Las chicas con las chicas y los chicos, eran chicos.
Y llegó, el curso de la verdad, segundo. Ese curso donde las pizarras de Química se borraban más rápido de lo que se escribían, donde las clases de Francés se convertían en una excelente cata de desayunos, donde las clases de Biología se parecían más a un herbolario que a una clase de segundo de bachillerato. Esas clases en las que si te ponían una película a las 8 de la mañana, pedías que bajaran las persianas y apagaran las luces para seguir con el sueño que habías interrumpido hace menos de una hora. Donde la lluvia cobraba tal protagonismo que un simple "Tú, está lloviendo" implicaba la mirada inmediata de toda la case hacia las ventanas como si nunca hubiéramos visto llover. No me olvido de esas clases de Matemáticas donde la calculadora del profesor más listo del colegio se convertía en tu peor enemigo ese año.
"Señorita, salga al pizarra y deleitenos con su habilidad matemática" cuando lo único que yo quería era irme corriendo de clase y cogerme un avión al país más remoto para no tener que salir a hacer un mísero ejercicio de esa asignatura que tanto temía. Esos teoremas que no sabías ni para qué te servían, pero eh, que "entran en el examen, señores" y tú te sentías Einstein al entenderlos. El mejor profesor, sin duda, el profesor que resolvía problemas tan indescifrables que no te extraña que corriera el rumor de que lo quería la NASA.
Esos recreos en los que ya te dejaban salir a la calle y a pesar de eso, acabábamos en el mismo bordillo, a la misma hora, con un gofre de chocolate en la mano y en ese cruce.
Las chicas por su lado y los chicos...los chicos donde vayan ellas.
Y así podría ponerme a hablar de una y mil anécdotas para resumir toda mi vida en esas cuatro paredes que fueron como nuestra casa. Aquí estoy, en la carrera que quiero porque por fin, conseguí lo que siempre he querido.
Me cuesta creerlo, cuesta creer que todo eso se haya acabado. Fue bonito mientras duró aunque cuando lo estuviera viviendo no lo viera tan claro.
Qué caro es el tiempo, la verdad. Me acuerdo de esas caras y es que todo llega, todo pasa.
"Será que me habré hecho mayor Que algo nuevo ha tocado este botón para que Peter se largue y tal vez viva ahora mejor más a gusto y mas tranquilo en mi interior que campanilla te cuide y te guarde"