domingo, 7 de febrero de 2016

Sí, pero no.

Domingo. 

No sé si alguna vez he mencionado lo mucho que me gustan los domingos. Y lo mucho que los odio. 
No cambio por nada del mundo un plan dominguero, tanto si incluye día de películas y manta como si implica aprovechar el día fuera de casa - amo hacer planes mañaneros -. 
Últimamente sueño con escapadas a lugares que me encantaría conocer y a lugares que ya conozco lo suficiente como para volver a enamorarme de ellos. 
Necesito un día de esos, la verdad. 

Odio los domingos porque siempre me han sabido a recuerdo y a olvido. A despedidas y a personas que se fueron. Odio los domingos. 

Ahora mismo, te confesaré que no salgo del bucle de una de mis nuevas canciones favoritas. Supongo que me gusta tanto, no porque me recuerde a nosotros, si no porque habla de todas las cosas que me hubiera gustado que me hubieras dicho algún día. Así. Sin más. Simplemente porque te apeteciera decírmelo. 

Cobarde. 

Yo también lo soy. La cobardía y la valentía son términos que realmente nunca he sabido distinguir. Supongo que nadie tiene la receta idónea para cada uno de ellos. Aunque prefiero seguir viviendo en la ignorancia. 
No soy de esa gente que piensa que aquel que no llora es un valiente. Ni tampoco soy de la opinión de que "una mujer como un castillo de 20 años como tú no puede llorar por estas tonterías", chorradas. Esa frase retumba hoy en mi mente. Más que nunca. 

Hoy me he acordado de tí, de mí, de todos los planes que yo quería hacer contigo, de la ilusión. Te he echado en falta. Mucho. Mañana me enfrento a uno de mis peores miedos y a la vez a una de mis mayores ilusiones y no estás aquí para presenciarlo. Supongo que es porque no has querido y precisamente por eso no te culpo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario